domingo, 25 de noviembre de 2012

analisis de la lectura las competencias en la educacion, un balance


Las competencias en la educación, un balance

 

El autor nos menciona las competencias, como una base fundamental para la educación, relazando la seguridad de que éstas serian o no una verdadera base para el crecimiento de la educación. Para con ello evitar recaer en un modelo tradicionalista, y permitir que exista un poco de participación por parte de los alumnos.


“La evaluación formativa se "efectúa en el curso de la actividad" y tiende "a apreciar el progreso logrado por el alumno y a comprender la naturaleza de las dificultades que encuentra durante un aprendizaje; tiene por objeto mejorar, corregir o reajustar el avance del alumno y se funda, en parte, en la autoevaluación". Así pues, la evaluación formativa implica una reflexión, un diálogo con los alumnos sobre los resultados obtenidos y los procesos de aprendizaje y de enseñanza que los llevaron a ellos. Aclara a los alumnos y al profesor la eficacia de esos procesos y; llegado el caso, el origen de las dificultades. Desemboca en su eventual modificación, con vistas a una mejora.” (Monique Denyer, et al (2007). Capítulo V. Evaluación del dominio de competencias, en: Las competencias en la educación, un balance. pp. 17-44. Fondo de Cultura Económica, México 2007. ISBN 978-968-16-7914-9)

 

Ciertamente las competencias tienen esta finalidad, tratan de hacer que el alumno logre sus objetivos de aprendizaje, con una mejora institucional, y de conocimientos, de ahí que los alumnos se encuentren inmersos en un trabajo colaborativo y lleno de tecnología, que es para lo que nos preparan estas competencias. El logro de que los alumnos capten y comprendan el significado de ellas es primordial para su buen funcionamiento, ya que si no se sabe lo que se requiere no se lograría el efecto deseado. La formación tradicionalista, se podría pensar que ha quedado atrás, sin embargo pocos profesores son los que la aplican, aunque se debería de haber erradicado por medio de éstas competencias, a pesar de ello se capacitan a los profesores con la finalidad de que las apliquen a los alumnos, y con ello se logre comprender y analizar y no simplemente memorizar, para tener en cuanta situaciones y problemáticas que se presenten y que los alumnos mismos puedan lograr solucionar sin la ayuda de terceros, claro ello sin olvidar que el trabajo en equipo es funcional.

 

“a) Nuestra enseñanza siempre ha funcionado como régimen de evaluación interna (la evaluación se deja al cuidado exclusivo de los docentes). Esta evaluación interna hace que el valor de la certificación y, por canto, del diploma entregado, sea eminentemente variable de un establecimiento a otro.

b) Nuestro modo de evaluación es sumativo: la certificación no se fundamenta en una prueba final única sino en la suma de las calificaciones obtenidas en los controles periódicos, en los trabajos realizados en el curso del año y, finalmente, en los exámenes.

Ahora bien, esta practica, ¿sigue siendo compatible con una pedagogía que aspira a la adquisición y la evaluación de competencias?” (Monique Denyer, et al (2007). Capítulo V. Evaluación del dominio de competencias, en: Las competencias en la educación, un balance. pp. 17-44. Fondo de Cultura Económica, México 2007. ISBN 978-968-16-7914-9)

 

Las competencias, ¿para evaluar?, en cierto punto todo pareciera ser maravilloso, que los alumnos desarrollaran las competencias, y que éstas serán la base para que ellos logren salir adelante y sean personas productivas, sin embargo, esto no es todo color de rosa, ya que en cierto punto si se comprende lo que se enseña, si se logra un aprendizaje, pero desde mi punto de vista no completo, ya que hay puntos que debieran ser retomados con mayor rigidez, por ejemplo, las matemáticas, las fórmulas tienen que ser comprendidas y desarrolladas, pero cómo hacer la operación si no se conoce la fórmula, es sólo un ejemplo, ya que por ejemplo en las ciencias rígidas se tiene que memorizar de alguna manera, otro claro ejemplo es en química con la tabla periódica, si el químico no la conoce bien podrían ocurrir accidentes que serían fatales y nocivos para nuestra salud.

 

“… El decreto "Misiones" precisa que el nivel de los estudios deberá, en el futuro, verificarse mediante la equivalencia del nivel de las pruebas de evaluación administradas a los alumnos y las pruebas creadas por la Comisión de los instrumentos de evaluación. Dichas pruebas serán difundidas, como indicativas, entre todos los establecimientos organizados o subvencionados por la Comunidad francesa. Deberán permitir tanto un mínimo de homogeneidad entre las escuelas, como asegurar a los alumnos una mayor claridad de lo que se exige de ellos.

De este modo, nuestro sistema de enseñanza evolucionará hacia una forma de evaluación ciertamente aun interna, pero “orientada" o "guiada”.” (Monique Denyer, et al (2007). Capítulo V. Evaluación del dominio de competencias, en: Las competencias en la educación, un balance. pp. 17-44. Fondo de Cultura Económica, México 2007. ISBN 978-968-16-7914-9)

 

Como nos dice el autor ¿en verdad las competencias guían u orientan? Desde cierto punto realiza ambas acciones, pero ¿no se requiere que sólo una situación sea la involucrada en llevar la educación?, ciertamente es una situación llena de contradicciones, puesto que no es claro, y lo que no es claro no se comprender, entonces ¿cómo quieren que los alumnos comprendan las competencias, si con esas contradicciones lo único que se denota es que ni ellos las comprenden?, simplemente es un punto de vista aunque han sido productivas en determinados momentos, en otros han sido de gran polémica (como lo es ahora), ya que ahora formulando otra pregunta más ¿En verdad TODOS los alumnos COMPRENDEN lo que significan las ya famosas COMPETENCIAS? Es una pregunta que deberíamos formularnos cada vez que los profesores explican lo que es una competencia, porque podemos saber su significado y la función que ejercen, pero en verdad comprendemos ¿cuál es su verdadera finalidad?

analisis de la lectura cartas a un joven profesor


CARTAS A UN JOVEN PROFESOR

(Philippe Meirieu)

Según el autor, “los profesores tienen una manera especial de mirar el mundo”. Para entender esta frase habría que situarse en lo que es fundamental en este profesor (el proyecto de transmisión); y que es lo que desean transmitir estos profesores, naturalmente los conocimientos a sus alumnos de la forma más original; al igual que un artista pretende emocionar al espectador, el político convencer, el hombre de negocios dirigir, el profesor se dedica a enseñar con una integridad constitutiva, cuyos conocimientos, a los que ha jurado fidelidad, , quiere transmitir con una seriedad imperturbable. 
Esa transmisión se produce en la clase, donde las distintas circunstancias en las que el alumno aprende, comprende, progresa a pesar de que tuviéramos ciertas dudas de que lo consiguieran y, sin embargo, sucede lo contrario, y es aquí donde se observa que se ha logrado esa transmisión de conocimientos, cuando el profesor encuentra ese placer de enseñar, como el alumno de aprender.
La distinción atribuida en la frase de Jules Ferry, utilizada por Meirieu en su libro, no está contrastada completamente, pues no es seguro que este autor la pronunciara. Sin embargo, ha sido asumida por el colectivo social de manera positiva, generalizándose completamente. 
Se aplican aquí varias distinciones bastante claras con respecto a las características de los maestros de educación primaria y los profesores de educación secundaria. Los antiguos maestros han sido sustituidos por los profesores en educación primaria, cambiando las condiciones de contratación, y la validación de los profesores de primaria y secundaria se han puesto al mismo nivel. Sin embargo, no son la misma ocupación, pues la primera requiere unos conocimientos psicológicos complementados con algunos conocimientos disciplinares, y la segunda reclama un gran control de la disciplina, pero no tanto de nociones pedagógicas. Además, el profesor de primaria va asociado al concepto de relación especial con los infantes, paciencia y solicitud; y el profesor de secundaria representa un saber instruido, con impaciencia y rectitud.
En cambio, desde el punto de vista institucional, se instala la convicción de que en la escuela primaria se enseñan todas las asignaturas, mientras que el profesor de secundaria imparte una sola, el profesor de primaria debe centrarse en la globalidad del niño, mientras que el profesor de secundaria debe especializarse mucho. Meirieu hace ver en este momento que en la escuela primaria los profesores son totalmente polivalentes, habiendo expertos en materias concretas, y que en la escuela secundaria, hay casos en los que la mono valencia de estos profesores no les impide impartir varias disciplinas, como en la enseñanza profesional, en la que hay profesores que enseñan muchos ámbitos disciplinarios diferentes. 
El autor expone su opinión a este respecto, exponiendo que se deben superar estas diferencias entre los profesores de estas enseñanzas. En primaria hay contenidos que exigen un conocimiento profundo lo que se enseña y de los mecanismos mentales que esto supone. Tanto en secundaria como en primaria, el dominio de los contenidos disciplinares no da las claves de la transmisión.
En conclusión, el profesor debe actuar como guía y transmisor de conocimientos, permitiendo a cada alumno conseguir un aprendizaje, proporcionándose la ayuda adecuada para conseguirlo, poniendo a su disposición los recursos necesarios para que el alumno desarrolle su aprendizaje por sí solo, organizándose sus propios esquemas mentales a partir de dichos medios.
Para Meirieu la buena profesionalidad del cuerpo docente pasaba por la institucionalización del acto pedagógico, sin perder, naturalmente, su carácter extraordinario. Para el autor, este acto lo considera como un reto excesivo. Sin embargo desde un punto de vista teórico se vieron sin resultados. Gracias a él se inventaron, o reinventaron “las grandes novedades pedagógicas” de los años ochenta: el trabajo autónomo, en grupos reducidos; la pedagogía diferenciada; la pedagogía de proyecto y muchas otras cosas.
El problema del proyecto educativo surge cuando se engrana según la demanda social y se aceleran las reformas. En 1959 se fija la escolaridad obligatoria hasta los dieciséis años, y a principios de los años sesenta se extiende una verdadera revolución en la enseñanza secundaria. Esto hay que organizarlo, construir centros de enseñanza, contratar docentes, etc. Las administraciones gobiernan,

con total legitimidad, y deciden donde, cuando, como y para quien se producirá el acto pedagógico.
La propia administración marca sus objetivos y metas para sus diferentes departamentos. En educación se crean programas para cada una de las diferentes etapas educativas, que posteriormente se dejan en manos de los propios docentes para su desarrollo y aplicación en las aulas.
El autor da a entender que ante esta situación, los profesores se sienten manejados por el propio sistema. Intentan seguir el programa preconcebido, pero en muchas ocasiones no pueden llegar a cumplir todas sus exigencias. Creen que intentar darle una aceleración considerable al programa para finalizarlo puede repercutir negativamente en el alumno, que no llegue a su objetivo, e incluso que se pueda llegar a sentir agobiado y presionado.
Este tipo de situaciones llegan a crear un conflicto interior en el profesor, sintiéndose culpable de no haber dado todo el temario. El autor ante esta situación trata de hacer ver que hay que invertir el problema y convertirlo en algo positivo, explicando que se debe considerar y valorar el trabajo realizado como que el alumno ha aprendido un número determinado de temas, no que no haya aprendido otro numero de ellos.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

NOTICIA DE EDUCACION DE REVISTA MEXICANA DE INVESTIGACION EDUCATIVA



Versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE v.15 n.44 México ene./mar. 2010

 Ensayo temático: Entornos virtuales de aprendizaje

 Los entornos virtuales como espacios de enseñanza y aprendizaje. Una perspectiva psicoeducativa para su caracterización y análisis

 Alfonso Bustos Sánchez* y César Coll Salvador**

 

*Profesor invitado del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona. Pg.Vall d'Hebron, 171, 08035, Barcelona, España.CE: abustos@ub.edu.

**Catedrático del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Barcelona. CE: ccoll@ub.es.

 Resumen

Desde una perspectiva constructivista de orientación socio–cultural, en este trabajo se presenta un modelo teórico que permite analizar el potencial transformador de los entornos virtuales a partir de su capacidad para mediar las relaciones entre profesores, estudiantes y contenidos. Atendiendo a los principios básicos del modelo teórico, se revisan algunos temas centrales relacionados con el análisis de la actividad conjunta en estos entornos y se propone una aproximación multi–método para su estudio. Por último, se destacan aspectos relacionados con el diseño y la investigación de entornos virtuales concebidos como espacios para el desarrollo de procesos de enseñanza y aprendizaje.

Palabras clave: Internet, ambientes virtuales, comunidades de aprendizaje, interactividad, investigación educativa, España.

Abstract

Using a constructivist perspective of socio–cultural orientation, this article presents a theoretical model that permits analyzing the transforming potential of virtual environments, based on their ability to mediate relations among teachers, students, and content. By addressing the basic principles of the theoretical model, a review is made of some of the central topics related to the analysis of joint activity in these environments. A multi–method approach is proposed for their study. Lastly, attention is centered on aspects related to the design and research of virtual environments conceived as places for the development of teaching and learning processes.

Keywords: Internet, virtual environments, communities of learning, interactivity, educational research, Spain.

 Introducción

Las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales que caracterizan a las sociedades del siglo XXI han permitido, entre otras cosas, el surgimiento de lo que se conoce como la cultura de la sociedad digital (Lévy, 2007). En una sociedad así caracterizada, las tecnologías digitales aparecen como las formas dominantes para comunicarse, compartir información y conocimiento, investigar, producir, organizarse y administrar. En este contexto, se reflexiona sobre la capacidad transformadora que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) representan para la educación en la denominada "sociedad del aprendizaje", "sociedad del conocimiento" o "sociedad–red" (Castells, 2001, 2006; Coll y Martí, 2001), todo ello en una dinámica de cambio y reflexión sobre el qué, el cómo y el para qué de la educación del siglo XXI (Tedesco, 2000; UNESCO, 2005)

En lo que nos concierne, cuando nos aproximamos al estudio de la sociedad digital en relación con la educación lo hacemos desde un posicionamiento que intenta comprender el potencial efecto transformador de las TIC digitales en los contextos educativos. Partimos del supuesto de que la incorporación de las TIC a la educación, cada vez más acelerada, está produciendo una serie de cambios y transformaciones en las formas en que nos representamos y llevamos a cabo los procesos de enseñanza y aprendizaje (E–A). Estos cambios pueden observarse en los entornos tradicionales de educación formal, pero también en la aparición de nuevos entornos educativos basados total o parcialmente en las TIC, como las denominadas Comunidades Virtuales de Aprendizaje (CVA). Ciertamente, en el transcurso de los últimos años la creación, el diseño y la gestión de estos nuevos entornos han ocupado el tiempo y han concitado los esfuerzos de numerosos científicos y profesionales de diversas disciplinas (profesores, informáticos, psicólogos, pedagogos, expertos en comunicación, diseñadores gráficos, etcétera). Estos esfuerzos se han traducido en múltiples propuestas de usos de las TIC tanto para repensar y transformar los contextos educativos ya conocidos (educación presencial, educación a distancia, educación abierta), como para crear nuevos entornos de E–A (por ejemplo, los entornos de aprendizaje en línea oe–learning y de aprendizaje bimodal o blended–learning). Sin embargo, no es menos cierto que aún no terminamos de vislumbrar todas las posibilidades de novedad en dichos entornos, entre otras razones porque los avances tecnológicos parecen ir siempre varios pasos por delante de su utilización educativa. Así, por ejemplo, actualmente las novedades en los entornos virtuales están asociadas con las tecnologías utilizadas para el establecimiento de redes sociales, los mundos virtuales (espacios inmersivos, juegos virtuales, mundos espejo, "lifelogging"), el aprendizaje electrónico móvil o m–learning, el aprendizaje mediado por redes sociales, los modelos sociales en 3D, etc. De la misma manera, es igualmente cierto que aún no contamos con un cuerpo de conocimientos suficientemente elaborado y contrastado con los resultados de la investigación y con la práctica en lo que concierne al alcance de la potencialidad educativa de los entornos virtuales y a los factores que la sustentan.

En las páginas siguientes nos proponemos reflexionar sobre la utilización de las TIC en la creación de nuevos entornos de E–A, así como sobre su potencial capacidad para transformar los procesos formativos en los entornos de educación formal y escolar. Tomando como punto de partida unas expectativas elevadas sobre el impacto transformador de las TIC en educación (Coll, Mauri y Onrubia, 2008a), nos centraremos en algunos aspectos específicamente enfocados a la investigación de las potencialidades de los entornos virtuales para soportar procesos de enseñanza y aprendizaje. Para ello, comenzaremos presentando una línea argumental que nos permitirá identificar algunos aspectos centrales relativos tanto a la transformación de los entornos tradicionales de E–A producida por la incorporación de las tecnologías digitales, como a la creación de nuevos entornos de E–A basados total o parcialmente en tecnología de la información y la comunicación. En segundo lugar, y partiendo de la perspectiva antes señalada, presentaremos una propuesta de cómo entendemos los entornos virtuales, y más concretamente las comunidades virtuales de aprendizaje (CVA). A continuación desarrollaremos la idea de las TIC como instrumentos psicológicos y revisaremos una tipología de usos de las TIC basada en la capacidad de estas tecnologías para mediar los procesos interactivos y la actividad conjunta de los participantes. Seguidamente, presentaremos una revisión somera de la investigación sobre las redes asíncronas de aprendizaje (ALN –Asynchronous Learning Networks–, por sus siglas en inglés) como ejemplos típicos de entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje configurados a partir de las TIC, así como las líneas generales de una estrategia multi–método para su estudio. Por último, y a modo de conclusión, presentaremos algunas ideas sobre el futuro del diseño y la investigación de los entornos virtuales para el desarrollo de procesos de enseñanza y aprendizaje en línea.

 

Las TIC en la educación: la transformación de los entornos tradicionales y la creación de nuevos entornos de enseñanza y aprendizaje

Coll y Martí (2001), en su análisis de las TIC y su incidencia en el ámbito de la educación escolar, plantean una doble entrada. La primera se basa en cómo estas tecnologías pueden ser utilizadas con provecho, habida cuenta de sus características, para promover el aprendizaje; la segunda, en cómo la incorporación de las TIC a la educación y los usos que se hacen de ellas pueden llegar a comportar una modificación sustancial de los entornos de enseñanza y aprendizaje. En lo que sigue, nos centraremos en analizar brevemente cómo las TIC transforman o modifican los entornos de educación formal y cómo se han convertido en un factor clave para la aparición de nuevos escenarios educativos asociados a entornos virtuales o en línea.

Como ya hemos señalado, el marco social en el que ubicamos la incorporación de las TIC en educación es el de la sociedad–red o sociedad digital (Castells, 2006; Lévy, 2007). Sin embargo, no podemos dejar de apuntar que la incorporación de las TIC a la educación, así como la idea de su potencial capacidad transformadora, aparece mucho antes de las posibilidades tecnológicas actuales relacionadas con la intercomunicación e interconexión.

Las TIC se han incorporado a la educación desde distintas realidades y han dado lugar a una amplia gama de usos. Como señala Crook (1998), las computadoras en particular se incorporan fundamentalmente asociadas a la idea de cómo se aprende ante ellas, con ellas, a través de ellas y, en menor medida en un primer momento, de cómo se aprende con los compañeros en torno a y a través de ellas. Desde esta perspectiva, es posible identificar algunas formas de incorporación que, de una u otra forma, han transformado los contextos de educación formal. Así, por ejemplo, las computadoras: a) se incorporan a aulas específicas para su uso como herramientas complementarias para el acceso, almacenamiento, manejo y presentación de la información; b) se incorporan como contenidos específicos de enseñanza y aprendizaje propiamente dichos (la incorporación de las TIC a la educación con el objetivo fundamental de enseñar a usar las computadoras, el software específico e incluso las características del hardware sigue teniendo plena vigencia); c) se incorporan a las aulas ordinarias como herramientas para apoyar el proceso de enseñanza y aprendizaje de contenidos específicos; d) se distribuyen entre los estudiantes, gracias a su portabilidad; y e) se conectan en red, habitualmente mediante el acceso a Internet, expandiendo las posibilidades espaciales y temporales de acceso a los contenidos e incluso a los programas educativos.

Pese a esta variedad de formas de incorporación de las TIC a la educación escolar y de los usos que las acompañan, conviene señalar que, desde nuestra perspectiva, el potencial de las TIC para transformar las prácticas educativas y su impacto sobre lo que se hace y se dice en las aulas, y sobre quién, cuándo, cómo, con quién y para qué se hace o se dice, depende en último extremo tanto de las posibilidades y limitaciones de las tecnologías utilizadas como de los usos efectivos que hagan de ellas los participantes.

La investigación de los entornos virtuales como espacios para la enseñanza y el aprendizaje

La perspectiva de las TIC como instrumentos psicológicos

Tanto el diseño y puesta en marcha de entornos virtuales para la enseñanza y el aprendizaje como su estudio e investigación requieren, sin lugar a dudas, un base teórica que oriente y guíe las decisiones que hay que adoptar inevitablemente en ambos casos.

Desde nuestra perspectiva, tributaria de la concepción constructivista de la enseñanza y el aprendizaje, el foco de atención debe colocarse en las características de las TIC y en su potencial efecto sobre los procesos de construcción del conocimiento. En este sentido compartimos el planteamiento de Coll y Martí (2001) según el cual las TIC, por las características que poseen –fundamentalmente: formalismo, interactividad, dinamismo, naturaleza hipermedia y multimedia, interactividad y conectividad–, pueden llegar a introducir modificaciones importantes en determinados aspectos del funcionamiento psicológico de las personas, en su manera de pensar, de trabajar, de actuar, de relacionarse y también de aprender. Como consecuencia de estas características, las TIC generan formas relativamente nuevas y extraordinariamente potentes de tratamiento, transmisión, acceso y uso de la información.

Gracias a las características mencionadas, y especialmente a los entornos semióticos que permiten crear como consecuencia de estas características, las TIC digitales emergen como potenciales instrumentos psicológicos en el sentido vygotskiano de la expresión (Kozulin, 2000), en tanto que pueden ser usados como mediadores de los procesos intra e intermentales implicados en la enseñanza y el aprendizaje. En otras palabras, las TIC, como cualquier otra tecnología de la información y la comunicación, pueden convertirse en instrumentos psicológicos cuando, gracias a su potencial semiótico, son utilizadas para planear y regular la actividad de uno mismo y de los demás (Coll, Onrubia y Mauri, 2007; Coll, Mauri y Onrubia, 2008b).

Este enfoque teórico encierra, a nuestro juicio, dos ideas fuerza estrechamente relacionada que conviene destacar. Por un lado, las TIC son consideradas como instrumentos psicológicos potenciales; por otro, las TIC tienen una gran capacidad potencial para transformar las prácticas educativas. En ambos casos lo que se pone de relieve es la potencialidad de las TIC, una potencialidad que se concretará o no finalmente en función de los usos efectivos que profesores y alumnos, o más en general, aprendices y agentes educativos, hagan de ellas. En palabras de Coll, Mauri y Onrubia (2008b:2):

Este planteamiento supone desplazar el énfasis desde el interés por estudiar de forma directa la manera en que las TIC influyen en el aprendizaje o el rendimiento de los alumnos hacia el interés por estudiar cómo las TIC se insertan en las prácticas educativas y cómo, eventualmente, pueden transformarlas y mejorarlas, asumiendo que el aprendizaje de los alumnos se relaciona, y depende, de la calidad de las prácticas en las que se participa dentro del aula.

A efectos de nuestra argumentación, lo que nos interesa subrayar aquí es que este desplazamiento equivale a poner el acento en la capacidad de las TIC para mediar la actividad conjunta de los participantes; o lo que es lo mismo, a analizar los usos de las TIC en el marco de la actividad conjunta desplegada por profesores y alumnos alrededor de las actividades, tareas y contenidos que vertebran el trabajo, la enseñanza y el aprendizaje en el aula. En otras palabras, el que las TIC acaben siendo o no utilizadas efectivamente como instrumentos psicológicos dependerá del uso que se haga de ellas y de cómo se ubiquen en el marco de relaciones entre los tres componentes del triángulo interactivo: el contenido que es objeto de enseñanza y aprendizaje, la actividad educativa e instruccional del profesor y la actividad de aprendizaje de los estudiantes.

Esta manera de aproximarse al estudio de los efectos de la incorporación de las TIC a la educación tiene aún otras dos implicaciones de alcance que no podemos dejar de señalar. En primer lugar, pone de manifiesto que, en el ámbito de la educación, lo realmente importante no son las tecnologías –no lo son nunca, y las TIC no constituyen una excepción–, sino su ubicación en el espacio conceptual del triángulo interactivo y de la actividad conjunta que se genera como resultado de las relaciones entre sus componentes. En segundo lugar, llama la atención sobre el hecho de que la capacidad de las TIC para transformar y mejorar las prácticas educativas no está tampoco en las TIC en sí mismas, sino en los usos que hacen de ellas los participantes mientras abordan los contenidos y desarrollan las actividades de aprendizaje.

Llegados a este punto, conviene que presentemos someramente una tipología de usos de las TIC elaborada de acuerdo con el planteamiento que acabamos de presentar y cuyo eje es precisamente el tipo de mediaciones entre los elementos del triángulo interactivo que permiten estas tecnologías. La tipología, propuesta por Coll, Mauri y Onrubia (2008a), es en realidad una versión más elaborada de un sistema de clasificación de usos de las TIC de naturaleza esencialmente descriptiva propuesto previamente por uno de los autores (Coll, 2004b). En esta segunda versión los autores se distancian tanto de tipologías ancladas básicamente en la distinción entre los tipos de herramientas TIC –por ejemplo, la propuesta por Jonassen, Iar y Yueh (1998)–, como de otras que apelan a una supuesta neutralidad teórica respecto de la visión de los procesos de enseñanza y aprendizaje que orienta el uso de las TIC –por ejemplo, la propuesta por Twining (2002). La tipología contempla cinco grandes categorías de usos de las TIC como instrumentos mediadores, todos ellos ubicados, como ya se ha señalado, en el espacio conceptual del triángulo interactivo.

sados en la oralidad o entornos mixtos; por último, en el cruce de la asincronía y las tecnologías para la comunicación aparecen los entornos educativos virtuales basados en textos escritos como, por ejemplo, las redes asíncronas de aprendizaje o Asynchronous Learning Networks (ALN).

Este último tipo de entornos, las ALN, se caracterizan por el hecho de que alumnos, profesores y contenidos no coinciden en un lugar físico concreto. Así, mediante las TIC, se crea un espacio, lugar o aula virtual donde se produce el encuentro y en donde se llevan a cabo los intercambios comunicativos de profesores y alumnos en torno a los contenidos y tareas de aprendizaje. La interacción cara a cara y el lenguaje oral son sustituidos por la interacción virtual, el lenguaje escrito y las imágenes. Un entorno no presencial o virtual de enseñanza y aprendizaje de este tipo no es una mera réplica de un salón de clases convencional, sino un nuevo espacio de interacción social que plantea demandas diferentes tanto a los estudiantes como a los profesores y que, al mismo tiempo, les proporciona nuevas herramientas, metodologías innovadoras y posibilidades de interacción enriquecida para llevar a cabo el aprendizaje. Garrison y Anderson (2005) asocian estos entornos no presenciales o virtuales a lo que se conoce como "e–learning".

Desde un punto de vista metodológico, la revisión de las investigaciones sobre las ALN como espacios para el aprendizaje muestra una heterogeneidad importante en las aproximaciones y procedimientos empíricos utilizados. En la literatura más reciente, sin embargo, tres enfoques destacan sobre el resto: el análisis del contenido de las contribuciones de los participantes, el análisis de las redes sociales que se desarrollan entre ellos y la combinación de métodos como una estrategia más comprensiva para el estudio de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

En un primer momento, el análisis de las contribuciones se limitaba a cuantificar el número de mensajes intercambiados por los participantes, incluso el número de palabras o frases transmitidas en cada mensaje, como medida del éxito de la comunicación en las ALN (Henri, 1992). Sin embargo, estos índices cuantitativos relativos al volumen de contribuciones no permiten valorar la calidad de la interacción y en la actualidad los investigadores se inclinan más bien por el análisis del contenido de las contribuciones. Mediante este análisis se exploran los patrones de discurso del grupo y se intenta elaborar una interpretación del proceso de aprendizaje que llevan a cabo sus miembros. La mayoría de autores parten de unas categorías iniciales, que refinan o modifican al contrastarlas con los datos recogidos, mientras que otros inician su análisis sin categorías prefijadas y las definen inductivamente.

A pesar de que el análisis del contenido de las contribuciones es la metodología más utilizada actualmente en la investigación sobre las ALN, algunas revisiones recientes (Rourke et al., 2001; Strijbos et al., 2006; De Wever et al., 2006) llaman la atención sobre la falta de rigor metodológico con que se aplica en ocasiones. Estas revisiones señalan la existencia de cuatro limitaciones principales en las investigaciones sobre las ALN que utilizan la metodología de análisis del contenido: a) la falta de marcos teóricos que sustenten la aproximación empírica, destacando que en muchos trabajos se combinan supuestos y tradiciones disciplinares, teóricas y de investigación distintas y difícilmente compatibles; b) la falta de procedimientos claros en la elección de la unidad de análisis y en la segmentación de las contribuciones; c) la falta de propuestas que repliquen investigaciones con los instrumentos existentes en contextos distintos a los que fueron creados; y d) la ausencia de estudios empíricos más amplios derivada de la falta de instrumentos y sistemas de categorías de análisis coherentes, fiables y empíricamente validados.

La literatura sobre las ALN muestra el uso igualmente extendido en la actualidad de un segundo enfoque metodológico: el análisis de las redes sociales (SNA –Social Network Analysis–, por sus siglas en inglés) como expresión de la actividad e interacción de los participantes. Este análisis ofrece medidas estructurales que describen la actuación de los participantes en su conjunto e individualmente, proporcionando así información acerca de lo que podríamos llamar "el estar ahí", "la presencia" o "la actividad" de los miembros del grupo. El punto de partida es un conjunto de indicadores que proporcionan información acerca de la cantidad y simetría de las relaciones existentes en la red, de las posiciones más o menos centrales de los participantes dentro de la misma y de la dependencia de la red de la actividad de los participantes (Cho, Stefanone y Gay, 2002; Haythornthwaite, 2002; Lipponen, et al., 2003; Nurmela, Lehtinen y Jalonen, 1999; Wortham, 1999).

Finalmente, y en relación directa con el avance de la investigación centrada en el análisis de las redes sociales, existe actualmente una tendencia hacia el uso de métodos mixtos en el estudio de los procesos de enseñanza y aprendizaje en las redes asíncronas. En esta aproximación metodológica se combinan procedimientos de análisis de los patrones estructurales de participación con métodos de análisis del contenido de las contribuciones de los participantes. Autores como De Laat, et al., (2007) llaman a este enfoque "aproximación multi–método" (multi–method approach) e identifican dos orientaciones en su seno: la primera se caracteriza por la combinación de aproximaciones cuantitativas y cualitativas y es ilustrada por los trabajos de Hakkinen, Järvelä y Makitalo (2003), Hammond y Wirinapiyit (2004) y Strijbos, et al., (2004); la segunda, basada en su propio trabajo (De Laat, et al., 2007), combina tres métodos complementarios: el análisis de redes sociales para visualizar la estructura social de participación en la red de aprendizaje –entendida básicamente como la respuesta a la pregunta ¿quién habla a quién?–, el análisis de contenido para identificar los procesos de enseñanza y aprendizaje a través de la identificación de lo que se está hablando en la comunidad, y el análisis de entrevistas basadas en el recuerdo de eventos críticos (critical event recall) para identificar, a través de su opinión sobre sus actuaciones y decisiones, las experiencias personales y las intenciones de los profesores. Otro ejemplo ilustrativo de esta aproximación multi–método lo constituye la propuesta de Veldhuis–Diermanse (2002). Esta autora propone un modelo de análisis en tres niveles: a) la participación y la interacción para cuantificar la implicación activa de los alumnos en las tareas de aprendizaje, a partir del número de mensajes escritos, del número de mensajes leídos y de las relaciones recíprocas entre los mensajes intercambiados; b) la calidad de las aportaciones individuales de los estudiantes a las actividades de aprendizaje; y c) la cantidad y calidad de conocimiento construido conjuntamente.

Desde nuestro punto de vista, los enfoques multi–método que combinan más de una vía de análisis de la participación y la interacción son sin duda los más potentes y adecuados para el estudio de los procesos de enseñanza y aprendizaje en las ALN. En este sentido, nuestra propia aproximación metodológica incluye dos vías de análisis complementarias: la primera, basada en el uso de los registros de actividad que proporcionan los entornos tecnológicos, consiste en un análisis estructural de lo que hacen los participantes y cuándo lo hacen –en términos de su presencia en el entorno de aprendizaje–, cómo participan –las contribuciones que escriben y que leen– y con quién interactúan –las relaciones de reciprocidad y responsividad que establecen–; y la segunda, orientada por los resultados de la primera, consiste en un análisis del contenido de las contribuciones de los participantes con el fin de identificar y relacionar aquello de lo que hablan los participantes y cómo hablan de lo que hablan con la estructura de participación y los significados que abordan conjuntamente. En suma, el enfoque metodológico que adoptamos trata de integrar las ventajas y aportaciones de un análisis orientado a captar la forma y estructura de la participación con las de un análisis orientado a captar el significado y sentido de las contribuciones (Bustos, Coll y Engel, 2009; Coll, Bustos y Engel, en prensa).

 

Consideraciones finales: el diseño y la mejora de entornos virtuales para la enseñanza el aprendizaje

Desde el punto de vista del diseño de entornos virtuales destinados a soportar procesos de enseñanza y aprendizaje, el enfoque teórico y metodológico presentado en este trabajo encierra a nuestro juicio dos implicaciones importantes. La primera tiene que ver con la necesaria participación multidisciplinar en el diseño y desarrollo de los entornos o ambientes virtuales para la enseñanza y el aprendizaje y su conexión con el seguimiento de los usos que profesores y alumnos hacen de las TIC para lograr los objetivos de aprendizaje. La segunda, con las perspectivas de transformación de los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje a corto y medio plazos en función, por ejemplo, de la evolución del software social o la Web 2.0 y de los entornos de inmersión 3D o mundos virtuales.

En relación con la primera, permítasenos recordar la propuesta, realizada en el marco de un trabajo destinado a presentar y valorar el diseño, puesta en marcha y evolución de una CA (Coll, Bustos y Engel, 2007), de centrar los esfuerzos en los procesos interactivos de los participantes y en mejorar, tanto en cantidad como en cantidad, los procesos y apoyos orientados a favorecer un proceso compartido y conjunto de aprendizaje entre sus miembros. Otro aspecto fundamental a tener cuenta es que el diseño de un entorno virtual para la enseñanza y el aprendizaje no termina con la selección de los recursos tecnológicos y la planificación de los usos de dichos recursos. Es necesario, además, hacer un seguimiento de los usos que los participantes hacen de estos recursos y de su evolución, así como una valoración del nivel de logro de los objetivos educativos para los que fueron diseñados, y proceder a una reconstrucción y adaptación en consecuencia del diseño original. En este sentido, la colaboración e intercambio entre usuarios finales –fundamentalmente, profesores y alumnos– diseñadores instruccionales y desarrolladores tecnológicos es un aspecto crucial en la optimización de los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje (Onrubia et al., 2006)

En lo que concierne a la segunda implicación mencionada, de acuerdo con Saba (2008) los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje del futuro deberían permitir integrar los procesos operativos de una institución educativa directamente relacionados con los estudiantes, los profesores, los diseñadores instruccionales y los administradores; en otras palabras, los entornos virtuales educativos deberían ser entornos de gestión educativa integral (Educational Management Systems). Más allá de la idea de corresponsabilizar en el diseño de los espacios y procesos educativos a todos los participantes –y no sólo a los expertos en diseño instruccional y a los desarrolladores tecnológicos–, lo más interesante de esta propuesta es que apunta hacia algunas características de los entornos virtuales que podemos relacionar directamente, desde la perspectiva teórica adoptada en este trabajo, con la ubicación de las TIC en el espacio conceptual del triángulo interactivo y su función mediadora. Así, los entornos deberían incorporar, por ejemplo:

1) un espacio para la creación, gestión y entrega de secuencias de actividades de aprendizaje, con propuestas realizadas por el profesor que los estudiantes puedan seleccionar y desarrollar;

2) una serie de dispositivos que permitan a los estudiantes identificar las características y variables relativas a la exigencia de la tarea propuesta, de tal manera que puedan ajustar su forma de abordar la tarea tanto de manera individual como grupal y en colaboración;

3) una serie de funciones automáticas que proporcionen información tanto al profesor como a los estudiantes sobre quién hace qué, cómo, cuándo, con quién y con qué resultados, de manera que sea posible poner en marcha procesos de autorregulación y ofrecer ayudas al aprendizaje tanto de naturaleza individual como grupal;

4) una estructura dinámica que permita pasar con rapidez y facilidad del trabajo individual al trabajo grupal, conservando la identidad y especificidad de ambos espacios de trabajo, y que permita al profesor entregar devoluciones en ambos planos.

Para terminar, quisiéramos aludir a la reflexión planteada por algunos autores en torno a las relaciones en un futuro inmediato entre, por una parte, el desarrollo de entornos virtuales para la enseñanza y el aprendizaje, y por otra, la evolución del software social o Web 2.0 y de los entornos de inmersión 3D o mundos virtuales. Para Alexander (2008), aunque los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje y las tecnologías de la Web 2.0 son mundos diferentes en tanto que su arquitectura, su cultura, expectativas y prácticas son distintos, es altamente probable que se produzca una aproximación entre ambos y que en el futuro los entornos educativos virtuales se parezcan cada vez más a las propuestas del software social. Así, en lo que concierne a las tecnologías de la Web 2.0, se podrían aprovechar las posibilidades que ofrecen para generar conversaciones distribuidas, conformar laboratorios de ideas, intercambiar comentarios o plantear controversias entre múltiples participantes y sitios, utilizando recursos como blogs, wikis, podcasting, video bajo demanda, presentaciones y fotografías compartidas, marcadores sociales, redes sociales o incluso las opciones de juegos sociales o gaming. Por otra parte, la proliferación de ambientes inmersivos 3D, y sobre todo su relación con la creación de nuevas identidades o nuevas formas de identidad, está generando una atención especial entre los investigadores y educadores. Según Vander (2008), se atribuye a estos espacios una especial capacidad para crear zonas de recombinación cultural, económica y de identidad que amplía las posibilidades de experiencias de aprendizaje colaborativo y favorece el desarrollo de comunidades de aprendizaje.

Conviene señalar, por último, que no disponemos todavía de evidencias concluyentes del potencial transformador de los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje, tampoco de pistas precisas sobre la relación que puede llegar a establecerse entre estos entornos y los recursos del software social o los mundos virtuales. Algo similar puede decirse, por añadidura, de las exigencias de todo tipo que plantea al sistema educativo y a la sociedad en su conjunto la eventual transformación o innovación de los procesos educativos guiada por una perspectiva del uso de las TIC como la presentada en este trabajo. En todo caso, apostamos por mantener una perspectiva crítica y analítica orientada a estudiar, analizar y comprender el potencial transformador de las TIC en el marco de los usos que profesores y estudiantes hacen de estas tecnologías tanto en los procesos de construcción guiada como de co–construcción del conocimiento.

 

 

ANALISIS LECTURA CESAR COLL


ANÁLISIS DE LA LECTURA

 Algunos desafíos de la educación básica en el umbral de nuevo milenio

César Coll

III Seminario para Altos Directivos de las Administraciones Educativas de los países Iberoamericanos
La Habana, junio 1999.

Proceso: De modernización y homologación del sistema educativo español con los sistemas educativos de otros países europeos. La reforma educativa representa pues sobre todo, desde mi punto de vista, un intento de puesta al día del sistema educativo español.

Propósito de este trabajo:

*centrar  en dos aspectos que van a estar previsiblemente en el centro del proceso de revisión en profundidad de los sistemas educativos que se anuncia como insoslayable.

*ampliar el concepto de educación que subyace a la organización y el funcionamiento de la mayoría,

* La identificación entre educación y educación escolar y postula, en contrapartida, la urgencia y la necesidad de ampliar el concepto de educación recuperando su sentido original.

Concepto de la lectura:

 EDUCACIÓN: designa un conjunto de actividades y prácticas sociales mediante las cuales, y gracias a las cuales, los grupos humanos promueven el desarrollo personal y la socialización de sus miembros y garantizan el funcionamiento de uno de los mecanismos esenciales de la evolución de la especie: la herencia cultural.

Temas que se abordan

La educación escolar ha terminado adquiriendo, en el imaginario colectivo, el estatus de instrumento por excelencia no sólo para luchar contra las desigualdades y promover el desarrollo y la socialización de todas las personas.

La escuela puede y debe educar a los niños y jóvenes en los valores cívicos y democráticos, en el respecto a las diferencias, en la solidaridad y en el compromiso con los débiles y los oprimidos, en el diálogo y la negociación como forma de resolver los conflictos, en el rechazo a la violencia y en el respeto a los derechos humanos fundamentales.

           Puntos  a resaltar:  

La elaboración de planes educativos integrales territorializados: una estrategia para la acción.

* contemplar el conjunto de escenarios, prácticas y agentes educativos que operan de hecho en el territorio al que conciernen y tener en cuenta sus características particulares.

 

*  partir de la detección, análisis y valoración de las necesidades educativas concretas y de las necesidades básicas de aprendizaje de la población – aceptando, por lo tanto, que pueden variar considerablemente de un territorio a otro.

* Y comprometerse activamente los maestros, los profesores y los responsables de la planificación y la gestión de los servicios educativos formales en el ámbito de la comunidad o del municipio.

* establecer con claridad – a partir de una valorización conjunta de las necesidades educativas de la población, de las prioridades que se establezcan para satisfacerlas y de los recursos disponibles.

* gozar de un amplio margen de autonomía en su implantación y desarrollo que permita ajustarlos de forma progresiva – y sin necesidad de hacer frente a los complejos y a menudo lentos trámites burocráticos habituales – a la evolución continua y cada vez más acelerada de las necesidades educativas de la población.

* incluir en su propia definición procedimientos y estrategias para la evaluación y valoración sistemática y rigurosa de los logros que vayan consiguiendo y de las dificultades puedan surgir en su desarrollo, así como prever los recursos necesarios para llevarla a cabo con garantías.

* tener asegurados los recursos económicos y técnicos necesarios para su implantación y desarrollo y ser objeto de un tratamiento diferencial en la asignación presupuestaria, velando especialmente por compensar las carencias y limitaciones de los territorios y de las comunidades con mayores limitaciones y carencias para generar o utilizar los recursos propios.

 

ALGUNAS REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS QUE MANEJA LA LECTURA

COLL, C. (1998b). Educació i activitat ciutadana: una necessitat i un compromís. Conferencia pronunciada amb motiu del lliurament del Xxé Premi d’Educació Josep Pallach. 16 de juny de 1998. Document no publicat.

COLL, C. (1998c). Competéncies i responsabilitats en educació: El proyecte Educatiu de la Ciutat de Barcelona. Institut d’Educació. Ajuntament de Barcelona. Juliol 1998. Document no publicat.

COLL, C. (1999a). L’Educació Secundária Obligatoria: atendre la diversitat en el marc d’un ensenyament comprensiu. Temps d’Educació (en prensa)

COLL, C. (1999b). Educación, escuela y comunidad: a la búsqueda de un nuevo compromiso. Pátio. Revista pedagógica (en prensa)

COLL, C. Y FORLÁN, R. (1998). Alcance y perspectiva de una reforma educativa: la experiencia española. Investigación en la Escuela, 36, 5-29.

DELVAL, J. (1990). Los fines de la educación. Madrid: Siglo XXI de España Editores.

FEDERACIÓ DE MOVIMENTS DE RENOVACIÓ PEDAGÓGICA DE CATALUNYA (1990). Educació, sistema educatiu i món dels aprenentatges en la societat actual. Temes de Renovació Pedagógica, 19, 5-24.

GENNARI, M. (1998). Semantica de la ciudad y educación. Pedagogía de la ciudad. Barcelona: Herder.

 

 

LECTURA DE CESAR COLL


Algunos desafíos de la educación básica en el umbral de nuevo milenio
César Coll
III Seminario para Altos Directivos de las Administraciones Educativas de los países Iberoamericanos
La Habana, junio 1999
Un nuevo escenario para la educación
La educación ha sido en el transcurso de este siglo –y todo hace pensar que lo seguirá siendo en el futuro– uno de los instrumentos más importantes con los que han contado las sociedades modernas para luchar contra las desigualdades, para hacer frente a los fenómenos y procesos de segregación y exclusión social, para establecer, ampliar y profundizar los valores cívicos y democráticos, para impulsar el desarrollo económico y cultural y para promover el desarrollo personal y la mejora de la calidad de vida de todos sus miembros. Sin embargo, hay pocas dudas de que, al igual que sucede con otros aspectos o ámbitos de la vida y de la actividad de las personas considerados no menos importantes y cruciales en las sociedades democráticas modernas –sanidad, vivienda, ocupación, bienestar social, etc.–, la manera como están organizados actualmente los sistemas educativos al conjunto de la población, e incluso la concepción misma de la educación que sustenta esta organización y estas soluciones, tendrán que experimentar cambios en profundidad para hacer frente a los desafíos del nuevo escenario económico, social, político y cultural que ha empezado a perfilarse en el transcurso de las últimas décadas y que se recorta ya con claridad en el horizonte.
En realidad, ninguno de los elementos que conforman este escenario – los cambios en los sistemas de valores; los cambios en la estructura del mercado laboral; los cambios en la organización familiar: el “déficit de socialización” (Tedesco, 1995, pp. 35 ss.) producido por el debilitamiento de las instituciones de socialización primaria y secundaria, en especial del núcleo familiar y de la escuela; la introducción progresiva de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y sus repercusiones sobre los modos y las relaciones de producción; la globalización económica y la mundialización de los mercados; la creciente homogeneización cultural; etc. – es nuevo en sentido estricto. Todos ellos han ido instalándose de forma paulatina en el transcurso de las últimas décadas. Lo que es nuevo es la conciencia de que, al confluir y generalizarse, acaban por configurar una nueva forma de organización social, política y económica que, más allá de las denominaciones diversas utilizadas para designarla – la sociedad digitalizada (Majó, 1997), la sociedad teledirigida (Sartori, 1998), la aldea planetaria (UNESCO, 1996), la sociedad red (Castells, 1997) etcétera– supone un cambio radical respecto a la situación anterior.
No es mi intención hacer una disertación general sobre la naturaleza y alcance de este nuevo escenario ni sobre los elementos que lo conformar. Sería no sólo arriesgado por mi parte, sino también temerario. Me limitaré a destacar que la mayoría, por no decir la totalidad, de los analistas que han acometido esta tarea coinciden en señalar, desde perspectivas y preocupaciones muy dispares, tres puntos: en primer lugar, que este escenario que se dibuja en el horizonte próximo, y que lleva camino de consolidarse con una rapidez mucho mayor de lo que se esperaba hasta hace muy poco, conlleva el riesgo potencial de nuevas y poderosas formas y procesos de segregación y exclusión social; en segundo lugar, que la educación será una vez más, como lo ha sido en el pasado y lo es en la actualidad, el instrumento clave para neutralizar este riesgo; y en tercer lugar, que, para poder seguir jugando este papel en el futuro, la educación tendrá que hacer frente a unos desafíos hasta ahora inéditos.
Parece sin embargo cada vez más evidente que no va a ser posible hacer frente a estos desafíos sólo con ajustes más o menos puntuales de los actuales sistemas educativos. Empieza a haber indicadores suficientes que hacen pensar que no estamos simplemente ante una nueva edición o manifestación de la crisis case permanente que caracteriza los sistemas educativos desde, por lo menos, finales de los años cincuenta (Ghilardi, 1993), es decir, desde prácticamente el momento en que se establecen los objetivos de generalización y universalización de la educación básica y obligatoria. Lo que ahora parece estar en cuestión no es tal o cual aspecto de la organización y el funcionamiento de los sistemas educativos, tal o cual aspecto del curriculum o de la metodología de la enseñanza. Lo que parece estar en cuestión es la propia estructura del sistema educativo en su conjunto, sus finalidades y objetivos, en suma, su capacidad para ajustarse a los modos y formas de vida y para satisfacer las necesidades educativas – o lo que es lo mismo, las necesidades básicas de aprendizaje – de las personas en este nuevo escenario.
Resulta por ello altamente cuestionable la pretensión de abordar esta nueva situación armados exclusivamente con el “tradicional” discurso educativo renovador, la pretensión de afrontar unos desafíos inéditos con unas propuestas “viejas”, incluso aceptando que a menudo se trata de propuestas que nunca han llegado a ser puestas en práctica o lo han sido sólo de forma parcial e insatisfactoria. Para decirlo en términos un tanto radicales, todo parece indicar que el reto con que nos enfrentamos ya no es el de mejorar los actuales sistemas educativos, sino más bien el de revisarlos en profundidad y reconstruirlos en función de las características y de las exigencias que plantea la nueva situación. Y para acometer este reto hace falta un discurso educativo, unos planteamientos, unas categorías de análisis y unas estrategias de acción y de política educativa que difícilmente pueden ser los mismos que hemos venido utilizando y practicando hasta ahora.
Quizás convenga señalar, a este respecto, que las reformas educativos en curso, iniciadas en la década de los ochenta y principios de los noventa en numerosos países de todo el mundo, están todavía pensadas, en mayor o menor medida según los casos, de acuerdo con el escenario anterior. De hecho, algunos de los problemas que encuentran para su implantación efectiva tienen su origen, a mi juicio, a este desfase. Son intentos de responder a problemas identificados y analizados de acuerdo con parámetros que, en ocasiones, que empiezan a no ser vigentes y que, muy probablemente, dejarán de serlo por completo en un futuro inmediato. Son mayores pensadas en una función de una realidad social, política, económica y cultural cada vez con menos probabilidades de permanencia y de proyección hacia el futuro.
La reforma educativa española no constituye, en este sentido, una excepción. Los avances legislativos que se han producido en España en los últimos 15 años(1), así como los cambios y transformaciones que ha posibilitado y está posibilitando este nuevo marco legal, han venido a compensar un retraso histórico(2) mediante la puesta en marcha un proceso de modernización y homologación del sistema educativo español con los sistemas educativos de otros países europeos. La reforma educativa representa pues sobre todo, desde mi punto de vista, un intento de puesta al día del sistema educativo español(3), un intento que, de no frustrarse, puede situarnos en una posición similar a la de otros países – e incluso tal vez mejor, en algunos aspectos, que la de otros países – para hacer frente a los desafíos del nuevo escenario social, político, económico y cultural emergente en este final de siglo. Pero no va a permitirnos eludir, en ningún caso, el mencionado proceso de revisión y de reconstrucción.
Desde el telón de fondo que proporcionan las consideraciones anteriores, mi propósito en este trabajo es centrarme en dos aspectos que van a estar previsiblemente en el centro del proceso de revisión en profundidad de los sistemas educativos que se anuncia como insoslayable. Son dos aspectos que remiten a otras tantas tendencias, hacia cierto punto convergentes, que empiezan a manifestarse con fuerza en el plano de las ideas y de las propuestas y que, si bien por el momento sólo han cuajado en experiencias puntuales y todavía enormemente limitadas, están llamadas a tener, a mi juicio, una incidencia decisiva en un futuro no lejano sobre la organización y la prestación de los servicios educativos. Se trata, en primer lugar, del reconocimiento, cada vez más generalizado, de que es necesario revisar y ampliar el concepto de educación que subyace a la organización y el funcionamiento de la mayoría, por no decir la totalidad, de los sistemas educativos actuales, concepto que ha ido restringiéndose progresivamente, sobre todo a partir de los años 50, hasta identificarse de forma totalmente injustificada con la educación escolar y el proceso de escolarización. Y en segundo lugar, de la convicción, también cada vez más extendida, de que es necesario y urgente revisar y reforzar las relaciones entre prácticas educativas y actividades ciudadanas, entre educación y ciudad.
De acuerdo con este propósito, organizaré el resto de la exposición en dos grandes dedicados, respectivamente, a presentar ambas tendencias y a mostrar, por una parte, los desafíos que plantean a la educación básica, y por otra, las coordenadas que establecen para la revisión de los sistemas educativos actuales. Vamos pues ya a ocuparnos de la primera tendencia, la que cuestiona la identificación entre educación y educación escolar y postula, en contrapartida, la urgencia y la necesidad de ampliar el concepto de educación recuperando su sentido original.
Educación y educación escolar: hacia una visión amplia de la educación
En efecto, la educación es un concepto amplio que, en su sentido original, designa un conjunto de actividades y prácticas sociales mediante las cuales, y gracias a las cuales, los grupos humanos promueven el desarrollo personal y la socialización de sus miembros y garantizan el funcionamiento de uno de los mecanismos esenciales de la evolución de la especie: la herencia cultural. Desde siempre, los grupos humanos han utilizado simultáneamente diversos tipos de prácticas y actividades sociales con el fin de facilitar a las nuevas generaciones el acceso a las formas y saberes culturales – conocimientos y creencias sobre el mundo, lenguaje e instrumentos para conocer la realidad y actuar sobre ella, tecnologías y técnicas, tradiciones, sistemas de valores, etc. – considerados fundamentales para la supervivencia colectiva y cuya apropiación individual se juzga necesaria, en consecuencia, para llegar a formar parte de ellos como miembros de pleno derecho. Desde siempre, además, y en todo tipo de sociedades, la responsabilidad en la organización y conducción de estas prácticas y actividades sociales ha estado a cargo de diferentes actores, y a menudo también de diferentes instancias, que, desde su rol específico y su ubicación en la organización social, cultural y económica establecida, contribuyen conjuntamente al desarrollo personal y a la socialización de las nuevas generaciones y – en el caso de las sociedades abiertas – de las personas recién llegadas que se incorporan a ellas.
Desde siempre, pues, la educación en sentido amplio ha sido una responsabilidad compartida, en el seno de los grupos humanos, por diferentes actores que, en el marco de sus actividades habituales y de los escenarios en los que estas actividades de todos sus miembros, y en especial de los miembros más jóvenes y de los recién llegados, ofreciéndoles la oportunidad de participar – u obligándoles a hacerlo, según los casos – en dichas actividades y en dichos escenarios. Sólo en muy contadas ocasiones, y nunca o casi nunca de forma generalizada y permanente, las actividades, los escenarios y los actores han sido única y exclusivamente actividades, escenarios y agentes educativos especializados. Por lo general, la influencia y la función educativa son unos valores añadidos a los motivos principales de las actividades que se llevan a cabo – cuidado familiar, producción económica, esparcimiento o diversión, ofrecimiento religioso, etc. – y a los escenarios institucionales en los que éstas se desarrollan – familia, empresa o tallar, iglesia, etc. –. Asimismo, los actores que asumen la responsabilidad de educar no son, en primera instancia, educadores especializados, sino padres y madres que, además de ejercer como tales y al mismo tiempo que ejercen como tales, educan a sus hijos; maestros artesanos que, al mismo tiempo que ejercen como tales, enseñan un oficio a los aprendices que se mueven a su alrededor; pastores religiosos que, al mismo tiempo que cumplen sus ritos, transmiten a sus feligreses una visión del mundo y un sistema de valores; etc.
Esta situación sufre un vuelco con el surgimiento de la educación escolar, que supone por primera vez la puesta en marcha de unos escenarios institucionales – los centros educativos – y de unas actividades – las actividades de enseñanza y aprendizaje – con una función y unas finalidades única y exclusivamente educativas orientadas al conjunto de la población; y lo que no es menos importante, supone la aparición de unos actores sociales especializados en la actividad de educar: el profesorado. Contrariamente a la que sucede con otros agentes educativos, el ejercicio de la influencia educativa sobre sus alumnos no es un valor añadido a la actividad habitual del profesor, sino su motivo principal. Con la educación escolar surge la figura del profesional de la educación, sobre el que va a acabar recayendo, como luego veremos, una buena parte de la responsabilidad ejercida hasta ese momento por otros agentes educativos(4).
Pero conviene recordar que la educación escolar, y más concretamente la educación escolar básica y obligatoria, es en realidad sólo una, entre otras muchas, de las prácticas sociales que han utilizado los grupos humanos a lo largo de la historia para llevar a cabo esta tarea de socialización y promoción del desarrollo personal de sus miembros. Y es, además, una práctica social relativamente reciente que aparece en el siglo XIX vinculada a la transición de las sociedades señoriales y estamentales a la sociedad industrial. En su origen convergen dos planteamientos, netamente distintos entre sí, que no han dejado de confrontarse a los largo de los años y cuyo predominio relativo da cuenta de la organización y funcionamiento de los sistemas educativos y de las funciones que éstos acaban cumpliendo en la práctica(5).
Por una parte, encontramos la idea de que es necesario, en una sociedad industrial, contar con una mano de obra cualificada capaz de hacer frente a las exigencias de los nuevos modos de producción, de tal manera que es responsabilidad del Estado proporcionar esta cualificación a las clases populares que no cuentan con los recursos necesarios para sufragársela. Por otra parte, la idea de que el conocimiento es un patrimonio universal que, en una sociedad auténticamente democrática, debe ser accesible a todos los seres humanos sin exclusión alguna, siendo por lo tanto también en este caso responsabilidad del Estado garantizar la igualdad de oportunidades ante la educación. Mientras la primera idea es la aportación del Estado liberal y de la burguesía emergente del siglo XIX, la segunda hunde sus raíces en el pensamiento ilustrado y se desarrolla en el marco del Estado social y de las luchas sociales que jalonan el siglo XX. Los sistemas nacionales de educación, nacidos en la mayoría de los países en el siglo XIX a amparo del primer planteamiento, han ido incorporando progresivamente a los largo del siglo XX, y en mayor o menor medida según los casos, elementos del segundo. La universalización de la educación básica y obligatoria, su ampliación progresiva y los esfuerzos por incrementar y mejorar la capacidad de los sistemas educativos para ofrecer una educación para todos sin exclusiones son algunos de los hitos que marcan esta evolución.
La universalización de la educación básica y obligatoria y el fenómeno de la des-responsabilización social progresiva ante la educación
Con la implantación de la educación básica y obligatoria, su generalización a toda la población en edad escolar y su ampliación progresiva hasta alcanzar los ocho, diez e incluso once o más años en algunos países, la educación escolar ha ido adquiriendo poco a poco en las sociedades contemporáneas, sobre todo a partir de los años cincuenta, una importancia y un protagonismo que no tienen equivalente con otro tipo de práctica educativa en la historia de la humanidad. Es cierto que nunca ha llegado a anular o a eclipsar por completo otras prácticas educativas como, por ejemplo, las que tienen lugar en el seno de la familia, en las relaciones de trabajo, en las actividades de ocio y tiempo libre o en las actividades sociales comunitarias; pero también lo es, a mi juicio, que en ningún otro período histórico los grupos sociales han depositado tantas expectativas en un solo tipo de práctica educativa y le han exigido tanto como en el caso de la educación escolar.
La educación escolar ha terminado adquiriendo, en el imaginario colectivo, el estatus de instrumento por excelencia no sólo para luchar contra las desigualdades y promover el desarrollo y la socialización de todas las personas sin exclusión, sino también para hacerlo en las más diversas facetas y aspectos de la personalidad y del comportamiento humanos. La educación en sentido amplio – es decir, la educación entendida como el abanico de prácticas sociales mediante las cuales y gracias a las cuales los grupos humanos promueven el desarrollo y la socialización de las personas – ha ido así restringiéndose progresivamente hasta identificarse de hecho con una de sus modalidades o formas, la educación escolar, y ésta, a su vez, con la educación escolar básica y obligatoria y con lo que se hace y sucede en las escuelas y en las aulas(6).
Una de las consecuencias más negativas de esta identificación del todo – la educación – con lo que en realidad es sólo una de sus partes – la educación escolar y la enseñanza – ha sido la progresiva des-responsabilización social comunitaria ante los temas educativos. Como resultado de esta identificación, la educación deja de ser percibida como una responsabilidad compartida que asume la sociedad en su conjunto mediante la influencia educativa ejercida por un conjunto de actores en un amplio abanico de prácticas y actividades sociales y, en su lugar, se instala la idea de que la educación, entendida básicamente como educación escolar, es una responsabilidad del sistema educativo formal que han de asumir fundamentalmente los y las profesionales que trabajan en él – es decir, el profesorado –, sus responsables políticos y sus gestores y técnicos.
En este contexto de creciente des-responsabilización social ante la educación, el sistema educativo formal es visto al mismo tiempo como el responsable directo de todos los problemas relacionados con el desarrollo y la socialización de las nuevas generaciones y como fuente y origen de las posibles soluciones a estos problemas. No hay prácticamente ningún aspecto o cuestión que escape a esta valoración: violencia juvenil; pérdida de valores cívicos y democráticos; intolerancia; comportamientos racistas y xenófobos; consumo de drogas; hábitos alimentarios y conductas poco saludables; consumismo; bajo nivel cultural; descenso del interés por la lectura; escasos conocimientos científicos y tecnológicos; formación poco ajustada a las exigencias laborales; paro juvenil; ... Sea cual sea el tema objeto de atención y de debate, las carencias e insatisfacciones relativas al proceso formativo de los niños y jóvenes acaban siendo invariablemente atribuidas, por acción u omisión, al sistema educativo y a la educación escolar, a lo que se hace mal o no se hace en la escuela. Asimismo, y sea cual sea la naturaleza y alcance de las carencias y de las insatisfacciones detectadas, la clave para corregirlas y superarlas se busca también invariablemente en el sistema educativo y en la educación escolar, en lo que debería hacerse mejor o en lo que debería hacerse y no se hace en la escuela.
El cuestionamiento de la centralidad y el protagonismo exclusivo de la educación escolar.
Sin negar en absoluto que son probablemente muchas las cosas que aún no se hacen y que se podrían o deberían hacer en la escuela, y sin negar tampoco que hay aún sin duda muchos aspectos manifiestamente mejorables en la educación escolar, lo cierto es que las responsabilidades y expectativas que se proyectan a menudo sobre ella como consecuencia de este proceso de des-responsabilización social ante la educación parecen superar ampliamente su capacidad para asumirlas y satisfacerlas. En efecto, cada vez es más evidente que los problemas antes mencionados, u otros de similar tenor y alcance, ni tienen su origen en la escuela ni pueden absorberse de forma plenamente satisfactoria únicamente desde la escuela.
El tema de la educación en valores es, a este respecto, un ejemplo sumamente ilustrativo. La escuela puede y debe educar a los niños y jóvenes en los valores cívicos y democráticos, en el respecto a las diferencias, en la solidaridad y en el compromiso con los débiles y los oprimidos, en el diálogo y la negociación como forma de resolver los conflictos, en el rechazo a la violencia y en el respeto a los derechos humanos fundamentales. Sería ilusorio, sin embargo, esperar que la influencia educativa de la escuela pueda ser suficiente para compensar y neutralizar las influencias educativas en sentido contrario que se ejercen sobre los mismos niños y jóvenes desde múltiples ámbitos de la vida social en los que rigen a menudo valores distintos, cuando no abiertamente opuestos, a los anteriormente mencionados. Algo semejante sucede, por poner otro ejemplo, con la denuncia continuada de las limitaciones y carencias del sistema educativo para acompañar a los alumnos y alumnas en la transición del mundo escolar al mundo del trabajo al término de la educación obligatoria y de su incapacidad para proporcionarles una formación adecuada que les permita incorporarse con rapidez y solvencia a una actividad laboral remunerada. O aún, como muestra con claridad meridiana la experiencia actual de implantación de la educación secundaria obligatoria en España, la pretensión de que el sistema educativo – especialmente el sistema educativo público – asuma un conjunto de problemáticas relacionadas con la atención a la diversidad que tienen a menudo un claro origen social y que sólo pueden ser asumidas, por la multiplicidad de facetas que presentan, con una intervención coordinada desde diferentes sectores e instancias entre los cuales ha de estar, por supuesto, la educación escolar, pero en ningún caso únicamente la educación escolar(7).
En éstos, como en muchos otros aspectos de la educación, la función de la escuela es ciertamente importante, pero de ahí a responsabilizarla en exclusiva de la educación y del desarrollo moral de los niños y jóvenes, a exigirle que garantice el tránsito de los alumnos desde el mundo escolar al mundo del trabajo, o a pretender que asuma, canalice y resuelva por si sola problemáticas graves de origen sociocultural y/o familiar, media un trecho que no sólo no es razonable recorrer porque, al recorrerlo, se está atribuyendo a la educación escolar una responsabilidad y unas funciones que no le competen en exclusiva, y que en ocasiones ni siquiera le competen en absoluto, condenándola así a un callejón sin salida y a no poder cumplir lo que se le exige o se espera de ella.
El argumento anterior cobra aún más fuerza, si cabe, con el auge de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, sin lugar a dudas uno de los rasgos distintivos del nuevo escenario que está dibujándose en este final de siglo. De la mano de estas tecnologías, a los agentes, escenarios y prácticas educativas tradicionales – familia, escuela, fundamentalmente – han venido a sumarse con fuerza otros agentes, escenarios y prácticas educativas con una influencia creciente sobre los procesos de desarrollo personal, de socialización y de formación de las nuevas generaciones. Cada vez hay menos dudas de que la participación de los niños y jóvenes en escenarios y actividades relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación – televisión, redes telemáticas, materiales multimedia, etc. – tienen una incidencia decisiva sobre su desarrollo personal y social y sobre su proceso formativo. Aunque la educación escolar consiga incorporar con éxito a sus objetivos la alfabetización en las nuevas tecnologías – es decir, el conocimiento funcional de los lenguajes que utilizan – y sea capaz de llegar a utilizarlas con provecho como recursos metodológicos para la enseñanza, la ubicuidad y el uso creciente de estas tecnologías en los más diversos ámbitos de la actividad humana las convierte de hecho en vehículos e instrumentos potenciales de unas prácticas educativas ajenas, en principio, a la escuela y no necesariamente coherentes con sus objetivos y finalidades.
Otro factor que está contribuyendo a minar fuertemente la centralidad y el protagonismo casi exclusivo de la educación escolar es el relativo a la importancia creciente de lo que ha dado en llamarse la formación o el aprendizaje a los largo de la vida. Los cambios que se están produciendo en la estructura del mercado del trabajo y en las profesiones sugieren que la formación inicial, con la que se identifica prácticamente la formación escolar, dejará de ser en el futuro una garantía para el desarrollo personal y profesional de las personas. Algunos analistas señalan que las generaciones que se están formando actualmente en las escuelas y en los institutos tendrán que cambiar probablemente de profesión – y no sólo de lugar de trabajo – varias veces en el transcurso de su vida laboral; prevén, también, que los miembros de estas generaciones tendrán que asistir, a lo largo de su vida, a nuevos e importantes avances del conocimiento científico y tecnológico, lo que les exigirá, para adaptarse a ellos, implicarse en nuevos procesos de formación. En suma, no podemos seguir apostando única y exclusivamente por la formación escolar inicial como garantía del desarrollo personal y profesional y como instrumento de cohesión social; el acceso a los procesos de formación a lo largo de la vida será tan importante a estos efectos en el futuro como lo ha sido hasta ahora la formación inicial. Y estos procesos de formación comportan nuevas necesidades educativas, nuevas necesidades de aprendizaje, que los sistemas educativos actuales, tal como están organizados, no parecen estar en condiciones de satisfacer.
La educación: una responsabilidad compartida.
De las consideraciones anteriores se sigue la urgente necesidad de volver al sentido amplio original del concepto de educación y de revisar, a partir de él, la manera como están organizados actualmente los sistemas educativos y las soluciones adoptadas para satisfacer las necesidades educativas del conjunto de la población. Esta organización y estas soluciones responden actualmente a una visión sumamente restringida de la educación – basada, recordémoslo una vez más, en la identificación de facto de la educación con la educación escolar, y de ésta con la educación escolar básica y obligatoria de los niños y jóvenes durante un período de tiempo bien acotado de su vida – que tal vez no haya estado nunca plenamente justificada, pero que resulta manifiestamente inadecuada para hacer frente a los desafíos que plantea, en el campo educativo, el nuevo escenario social, económico, político y cultural de este final de siglo.
Ahora bien, ampliar el concepto de educación hasta recuperar se sentido amplio original equivale de hecho a recuperar la idea de que la educación es una responsabilidad que compete a la sociedad en su conjunto y que ésta cumple facilitando a todos sus miembros la participación en un amplio abanico de escenarios y de prácticas sociales de carácter educativo. Equivale, en definitiva, a aceptar con todas sus consecuencias que, para afrontar los retos de todo tipo que tiene ante si la educación en este final de siglo y de milenio, no basta con el compromiso de la escuela y de los profesionales que trabajan en ella: se requiere además el compromiso y la responsabilidad compartida de la sociedad y de la comunidad en la se inserta la escuela. Nótese que las afirmaciones precedentes van más allá de los tradicionales llamamientos a favor de una apertura de la escuela al entorno social y comunitario, e incluso de una participación de los diferentes sectores de la comunidad educativa – alumnos, padres y madres y profesores – en las actividades y en el funcionamiento de las escuelas y otras instituciones educativas.
Tomando como punto de partida el principio de que la educación de los niños y jóvenes – y, por extensión, del conjunto de ciudadanos y ciudadanas – es una responsabilidad compartida por el conjunto de agentes sociales que ejercen una influencia educativa sobre ellos, dos son las ideas fundamentales que deben presidir, a mi juicio, la revisión propuesta. En primer lugar, la apertura de un proceso de reflexión y de debate público y colectivo que conduzca al establecimiento de un nuevo contrato social por la educación (Coll, 1998b), un contrato que establezca claramente las obligaciones y las responsabilidades de los diferentes agentes que operan, de facto, como agentes educativos en una sociedad determinada, y que permita definir con precisión qué funciones puede y debe asumir la escuela en este contexto: las que le corresponde asumir en exclusiva; las que ha de asumir en colaboración con otros agentes y escenarios educativos; y las que no puede ni debe asumir, limitándose su aportación, en caso de necesidad, a realizar una labor de apoyo y de contención. En segundo lugar, la definición de políticas y planes que hagan posible este contrato social por la educación y lo concreten en líneas de acción (Coll, 1999b) en el entorno comunitario inmediato en el que viven y se desarrollan los niños y jóvenes – y los ciudadanos y ciudadanas en general – que es donde se encuentran los escenarios educativos en los que participan habitualmente y en los que operan los agentes sociales con una mayor incidencia potencial sobre su desarrollo y socialización.
Educación, comunidad y territorio: la articulación de las prácticas educativas.
Pero ha llegado ya el momento de abordar la segunda de las tendencias a las que aludía en los comentarios introductorios, la relativa a la profundidad de las relaciones entre prácticas educativos y actividades ciudadanas, entre educación y ciudad. En efecto, esta tendencia enlaza directamente con los argumentos a favor del regreso a una visión amplia de educación, con la propuesta de establecer un nuevo contrato social por la educación y con la idea de que este contrato ha de tomar cuerpo en unas políticas y planes concretos de actuación en el entorno social y comunitario en el que viven y se desarrollan los niños y jóvenes. La ciudad, entendida como conjunto de ciudadanos y ciudadanas que desarrollan actividades total o parcialmente interconectadas, o simplemente concurrentes, en un mismo espacio territorial, que afrontan unos proyectos, unos objetivos y unos problemas hasta cierto punto comunes o interdependientes, que se identifican en mayor o menor grado con una organización social con la que mantienen lazos de pertenencia y adhesión y que comparten una serie de servicios y equipamientos colectivos, define precisamente este entorno comunitario e inmediato. Así caracterizada, la ciudad puede ser tanto una ciudad en el sentido habitual del término – es decir, un núcleo urbano relativamente grande –, como un área territorial – región, comarca, ... – donde se asientan varios núcleos urbanos de tamaño más reducido.
El entorno comunitario inmediato: un espacio privilegiado para la detección y satisfacción de las necesidades educativas de la población.
Esta tendencia adopta formas diversas en los diferentes países, e incluso en los diferentes territorios dentro de un mismo país, en función de una serie de factores como, por ejemplo, el grado de centralización o descentralización de los sistemas educativos, la historia y la tradición pedagógica, las competencias más o menos amplias de las administraciones locales en materia educativa, la riqueza del tejido asociativo comunitario, o aún las opciones políticas e ideológicas que presiden la actuación de las administraciones educativas y de las que, sin serlo, tienen algún tipo de competencias en educación. Más allá de estas diferencias, sin embargo, la tendencia es general y apunta en todos los casos en la misma dirección: la elección del entorno comunitario inmediato como el espacio en el que es posible y deseable proponerse la articulación de las prácticas educativas – incluida la educación escolar – para ponerlas al servicio de una mejor y más eficaz detección y satisfacción de las necesidades educativas del conjunto de los ciudadanos y ciudadanas que lo comparten.
Es en este entorno en el que cabe plantearse la exigencia de “vincular expresamente procesos educativos y procesos sociales (escuela y vida, escuela y hogar, cultura escolar y cultura social, educación y trabajo, currículo escolar y realidad local, teoría y práctica), planteando la posibilidad de nuevas articulaciones o de nuevas maneras de entender dichas articulaciones” (Torres, 1999, p. 52, subrayado en el original). Es en él donde debe acometerse la búsqueda de un nuevo contrato social por la educación a partir de un proceso de discusión y de reflexión conjunta sobre los objetivos y las finalidades de la educación. Es en él donde puede alcanzarse el compromiso colectivo y la responsabilidad compartida de la escuela y del resto de agentes sociales para la satisfacción de las necesidades educativas de los ciudadanos y ciudadanas, utilizando y optimizando para ello todos los recursos potenciales disponibles. Es en él, en suma, donde deben concretarse las políticas globales de educación que aspiran a no olvidar o perder buena parte de sus objetivos y finalidades en el camino que lleva desde su diseño y planificación a la puesta en práctica efectiva.
Son ya relativamente numerosos los proyectos, iniciativas y análisis(8) en los que puede rastrearse la tendencia que estamos comentando – desde las “comunidades de aprendizaje” (ver, por ejemplo, Barron et al, 1995; Talberg y McLaughlin, 1993) hasta “la ciudad de los niños” (Tonucci, 1997) – , pero es quizás en el movimiento de “Ciudades Educadoras”, en el que participan ciudades de todo el mundo, incluidas un buen número de ciudades de países iberoamericanos, donde se manifiesta con mayor claridad. Así, en el prólogo de la edición de los documentos (9) del Primer Congreso Internacional de Ciudades Educadoras, celebrado en Barcelona en el mes de noviembre de 1990, aparece ya formulada la propuesta de revisar el concepto de educación en el sentido apuntado:
“(...) la familia y la escuela dejan de tener su papel exclusivo en la educación, para pasar a compartirlo con otras muchas instituciones y colectivos – tanto públicos como privados – que, cada vez de un modo más claro, manifiestan su voluntad de incidir sobre los ciudadanos, muy a menudo con efectos educadores”
(Documentos finales del Congreso, 1991, p. 9)
Y en esta misma línea, en la “Carta de Ciudades Educadoras (Declaración de Barcelona)”, aprobada en el marco del mismo congreso, aparece igualmente la idea de que es necesario revisar el papel de los municipios y las ciudades – el entorno comunitario inmediato de los ciudadanos y ciudadanas – a partir de una visión amplia de la educación. Más concretamente, en el principio 2 de la Carta se afirma lo siguiente:
“Las municipalidades ejercerán con eficacia las competencias que les correspondan en materia de educación. Sea cual sea el alcance de estas competencias, formularán una política educativa amplia y con un sentido global que comprenda todas las modalidades de educación formal y no formal y las diversas manifestaciones culturales, fuentes de información y vías de descubrimiento de la realidad que se produzcan en la ciudad.”
(Documentos finales del Congreso, 1991, p. 117. Subrayado añadido.)
ahora bien, aunque, como se afirma en este párrafo, lo importante es que las municipalidades definan una política educativa amplia y con un sentido global sea cual sea el alcance de las competencias que detenten en materia de educación, lo cierto es que su margen de maniobra y su capacidad efectiva para definir y desarrollar políticas y planes de acción educativa en el marco de la ciudad está altamente condicionada por el alcance de dichas competencias y, más en general, por cómo está regulada, en cada caso, la distribución de las competencias y responsabilidades entre los diferentes niveles de la administración en lo que concierne a la planificación y gestión del sistema educativo.
Competencias y responsabilidades en la planificación y gestión de los sistemas educativos.
La situación en este punto varía enormemente entre los diferentes países. En el caso español, por ejemplo, es evidente la contradicción que existe entre, por una parte, las competencias en materia educativa que la normativa atribuye a las administraciones locales, y por otra, la potencialidad – y en ocasiones, como sucede en el caso de Barcelona, la realidad (10) – del papel que pueden jugar los municipios en la prestación de servicios educativos al conjunto de sus ciudadanos y ciudadanas (Coll, 1998c). En la medida en que esta situación tal vez no sea muy distinta a la que encontramos en otros muchos países iberoamericanos, quizás merezca la pena analizarla con un poco más de detalle.
Las competencias que la legislación española atribuye a los municipios en materia educativa aparecen desperdigadas en diversos textos normativos promulgados en el transcurso de las dos últimas décadas (11). Esta dispersión temporal hace que, sin incurrir en contradicciones de fondo, sea posible discernir claramente sensibilidades diferentes en función del momento y del contexto social y político en que han sido elaboradas y promulgadas las normas. Sin embargo, cuando se analizan en conjunto, dos conclusiones emergen con claridad. En primer lugar, la distribución de competencias y responsabilidades entre los tres niveles la administración pública – central, autonómica y local – se refiere de forma casi exclusiva a la ordenación, organización, funcionamiento, planificación y gestión de la educación escolar, del sistema educativo reglado, en clara sintonía con la visión restringida de la educación antes analizada. En segundo lugar, la administración local no es considerada como una administración educativa, es decir, no se le atribuyen competencias en la programación general de las enseñanzas ni en la planificación y gestión de la educación básica obligatoria. Las únicas competencias que se le atribuyen son las relacionadas con la obligación de proporcionar suelo edificable para la construcción de centros educativos y con la obligación de asumir la conservación, mantenimiento, limpieza y vigilancia de los edificios escolares.
Ciertamente, la legislación atribuye a las administraciones locales otras muchas competencias en materia educativa, aunque siempre en términos de colaboración y participación con las administraciones central y autonómicas que son, en realidad, las únicas administraciones educativas en sentido estricto. Dos son las fórmulas habitualmente utilizadas para describir estas competencias: “la administración educativa podrá establecer convenios de colaboración con las corporaciones locales con el fin de ...”; o bien “las administraciones locales podrán colaborar con la administración educativa para ...”. Y detrás de estas fórmulas encontramos referencias a un amplio abanico de aspectos y niveles educativos más o menos directamente relacionados con la educación escolar: la educación infantil, la educación de las personas adultas, las enseñanzas artísticas, la educación especial, la enseñanza de lenguas extranjeras, los programas de transición del mundo educativo al mundo del trabajo, la participación de las familias en el funcionamiento de los centros escolares, la vigilancia del cumplimiento de la escolaridad obligatoria, la formación del profesorado, la innovación educativa, la salud de los escolares, el transporte escolar, los comedores escolares, las actividades extraescolares y complementarias, la orientación profesional, la detección de necesidades educativas de la población, etcétera.
Hay pues un reflejo en la normativa, por así decir, de una cierta conciencia de la importancia de las administraciones locales en la organización y prestación de servicios educativos al conjunto de la ciudadanía, pero en el momento de concretarla se limita a aspectos periféricos o complementarios a la educación escolar, cuya organización, planificación y gestión sigue estando reservada en exclusiva a la administración educativa central o autonómica de acuerdo con un esquema abiertamente homogeneizador. Más aún, estos aspectos complementarios o periféricos contemplados como competencias compartidas entre la administración local y la administración educativa correspondiente dependen claramente en su concreción, por la manera como aparecen definidos, de la iniciativa y de la voluntad de la segunda para establecer convenios y acuerdos de colaboración con la primera y para transferirle los recursos económicos necesarios para financiarlos.
Si comparamos esta situación con la manera como se plantea el tema competencial en otros países europeos, encontramos un elemento común y otro claramente distinto. El elemento común es que, en la mayoría de estos países, los temas competenciales se refieren también de forma prioritaria a la educación escolar y al sistema educativo reglado. El elemento diferenciador es que, como ponen de relieve los análisis comparativos (Oroval, 1998), la situación más extendida en estos países es la de un reparto equilibrado de las competencias educativas, y también lógicamente de los recursos necesarios para ejercerlas, entre la administración central, las administraciones regionales o estatales – en lo países con una organización del estado de tipo federal o confederal – y las administraciones locales. En la mayoría de los países europeos, las corporaciones locales asumen buena parte de las competencias relacionadas con la planificación y gestión de la educación escolar, especialmente en los niveles de la educación básica y obligatoria, y cuentan con los recursos económicos necesarios para ejercerlas, en aplicación estricta del principio de proximidad: es decir, del principio según el cual hay que acercar el centro de decisiones a los ciudadanos y ciudadanas con el fin de asegurar, a partir de un conocimiento directo de sus necesidades, la mejor manera de satisfacerlas y la mejor asignación y uso de recursos existentes.
Como señalábamos más arriba, caben pocas dudas de que un marco competencial como el que tenemos actualmente en España resulta poco propicio para la definición e implementación de políticas y planes que impulsen y concreten el contrato social por la educación (Coll, 1999b) en el entorno comunitario inmediato en el que viven y se desarrollan los niños y jóvenes. El alejamiento de los centros e instancias de decisión, planificación y gestión de los contextos particulares donde tienen lugar los procesos formativos acaba teniendo inevitablemente un efecto homogenizador sobre el conjunto del sistema educativo que se compadece mal con la visión amplia de la educación y con las implicaciones que de ella se derivan. Siendo sin embargo urgente, a mi juicio, corregir el estado de hechos(12), es necesario subrayar que el problema no puede plantearse sólo en términos competenciales y no se resuelve con la simple y pura atribución a las administraciones locales de mayores competencias en materia educativa. Un cambio en este sentido, con la correspondiente reasignación y redistribución de los recursos económicos, es sin lugar a dudas muy conveniente, y yo diría que casi necesario, para romper el pesado manto homogeneizador que pesa sobre la organización y funcionamiento de nuestros sistemas educativos. Pero no es ningún caso suficiente. Se requiere, además, la voluntad y la capacidad de articular el conjunto de prácticas, escenarios, agentes y recursos educativos presentes en el entorno comunitario a fin de ponerlos al servicio de la detección y la satisfacción de las necesidades educativas – o lo que es lo mismo, de las necesidades básicas de aprendizaje – de las personas que lo integran. Esta es justamente la idea que preside la propuesta estratégica de impulsar la elaboración de planes educativos integrales territorializados(13).
La elaboración de planes educativos integrales territorializados: una estrategia para la acción.
De acuerdo con los planteamientos expuestos hasta el momento, las características más importantes que deberían tener estos planes y las exigencias a las que debería responder ineludiblemente su proceso de elaboración pueden enunciarse brevemente como sigue en ocho puntos:
(i) Han de responder a una visión amplia y sistémica de la educación, es decir, contemplar el conjunto de escenarios, prácticas y agentes educativos que operan de hecho en el territorio al que conciernen y tener en cuenta sus características particulares, tanto en lo que concierne a las potencialidades que encierran para la educación y la formación de las personas en sus diferentes vertientes y facetas como a las limitaciones que comportan en relación con otros territorios y entornos comunitarios.
(ii) Han de partir de la detección, análisis y valoración de las necesidades educativas concretas y de las necesidades básicas de aprendizaje de la población – aceptando, por lo tanto, que pueden variar considerablemente de un territorio a otro – y orientarse a su satisfacción mediante la acción coordinada de todos los escenarios, prácticas y agentes educativos presentes y el uso de todos los recursos educativos disponibles – que pueden variar también considerablemente de un territorio a otro –.
(iii) Han de tener un carácter profundamente participativo, tanto en lo que se refiere a su elaboración como a su desarrollo y conducción. En ellos han de implicarse y comprometerse activamente los maestros, los profesores y los responsables de la planificación y la gestión de los servicios educativos formales en el ámbito de la comunidad o del municipio. Pero no sólo ellos. En la medida en que el objetivo último es poner al servicio de la detección y satisfacción de las necesidades educativas de la población todos los recursos disponibles en el entorno comunitario, ninguna instancia, ningún colectivo, puede quedar en principio al margen del proceso.
(iv) Han de establecer con claridad – a partir de una valorización conjunta de las necesidades educativas de la población, de las prioridades que se establezcan para satisfacerlas y de los recursos disponibles – los compromisos y responsabilidades de todas las instancias y agentes educativos implicados, con una atención especial al papel nuclear y central que juegan a este respecto los centros educativos y el profesorado.
(v) Han de contar con una instancia única de planificación, conducción y supervisión que integre a los responsables de los diferentes niveles y sectores de la administración – central o federal, regional o estatal y local – que operan en el territorio y cuya actuación puede tener, directa o indirectamente, repercusiones sobre la educación y los procesos formativos de los ciudadanos y ciudadanas. Sólo mediante una instancia única de esta naturaleza puede conseguirse una unidad de acción y de planteamientos internivelar y multisectorial (Torres, pp. 30-31) que neutralice la tendencia de los diferentes niveles y sectores de la administración a actuar por separado atendiendo a sus propias objetivos, prioridades y dinámicas internas.
(vi) Han de gozar de un amplio margen de autonomía en su implantación y desarrollo que permita ajustarlos de forma progresiva – y sin necesidad de hacer frente a los complejos y a menudo lentos trámites burocráticos habituales – a la evolución continua y cada vez más acelerada de las necesidades educativas de la población.
(vii) Han de incluir en su propia definición procedimientos y estrategias para la evaluación y valoración sistemática y rigurosa de los logros que vayan consiguiendo y de las dificultades puedan surgir en su desarrollo, así como prever los recursos necesarios para llevarla a cabo con garantías.
(viii) Han de tener asegurados los recursos económicos y técnicos necesarios para su implantación y desarrollo y ser objeto de un tratamiento diferencial en la asignación presupuestaria, velando especialmente por compensar las carencias y limitaciones de los territorios y de las comunidades con mayores limitaciones y carencias para generar o utilizar los recursos propios.
Admito sin reservas la dificultad de poner en marcha de forma inmediata y con carácter general, en lo que concierne a la educación básica, unas políticas organizadas en torno a planes educativos integrales territorializados con estas características. En ocasiones, puede ser un planteamiento pura y simplemente inviable por el momento al no darse las condiciones mínimas necesarias para intentarlo; en otras, tal vez sea sólo posible respetar algunas de las características y exigencias señaladas; en otras muchas, sin embargo, las resistencias y dificultades pueden tener más bien su origen en el predominio de una visión sumamente restringida de la educación y de una filosofía homogeneizadora en la orgranización y el funcionamiento de los sistemas educativos que no son, a todas luces, las más apropiadas para hacer frente a los desafíos del nuevo escenario social, político, económico y cultural que se dibuja en este final de siglo.
En cualquier caso, los argumentos expuestos en las páginas precedentes dejan pocas dudas, a mi juicio, sobre la necesidad de recuperar el compromiso y la corresponsabilidad social y ciudadana con la educación como una de las claves para afrontar estos desafíos. La definición de políticas y planes concretos de actuación fuertemente anclados en el territorio y en el entorno comunitario en el que viven y se desarrollan las personas puede ser una buena estrategia para avanzar en esta dirección. Sería pues conveniente que, con todas las cautelas y precauciones que es necesario adoptar cuando se acometen procesos de cambio y transformación educativa, empezáramos a explorar de una manera más sistemática y rigurosa, y también menos voluntarista de lo que se ha hecho hasta ahora, la puesta en práctica y la viabilidad de esta estrategia allá donde se den las condiciones mínimas necesarias para intentarlo.
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Notas
(1) Durante este período se han promulgado las tres grandes leyes que regulan en la actualidad el sistema educativo español: la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación –LODE– , en 1985; la Ley Orgánica de Ordenación General de Sistema Educativo Español –LOGSE–, en 1990; y la Ley Orgánica de la Participación, la Evaluación y el Gobierno de los Centros Educativos –LOPEGCE–, en 1995.
(2) Conviene recordar que el sistema educativo español estuvo regulado hasta 1970 por una ley centenaria, la Ley Moyano, aprobada en 1857 y vigente, con escasa modificaciones, hasta la promulgación de la Ley General de Educación de 1970, con la que se inicia de hecho el proceso de modernización de la educación en España.
(3) Ver, por ejemplo, Coll y Porlán (1998) y Coll (1999ª).
(4) Un análisis más detallado de las semejanzas y diferencias entre prácticas escolares y otros tipos de prácticas educativas puede consultarse en Solé (1998) y Coll (1998ª).
(5) Ver, por ejemplo, los análisis de Delval (1990), Puelles (1996) y Gómez Llorente (1998) del paso relativo y la tensión continua entre ambos planteamientos en lo que concierne fundamentalmente a la evolución de la educación escolar en España.
(6) En una línea argumental similar a la aquí desarrollada, Torres (1999) ha analizado recientemente la restricción experimentada por el concepto de educación básica a partir de su formulación en los documentos.
(7) El texto siguiente, cuya auditoría corresponde a la Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica de Catalunya, ilustra con claridad esta responsabilidad, a todas luces excesiva, que se proyecta sobre la educación escolar en el caso de la atención a la diversidad:
“A menudo, la escuela pública ha de cumplir también una función asistencial y compensadora de las desigualdades. La sociedad no tiene institucionalizadas formas de intervenir para hacer frente a las necesidades sociales que van surgiendo. Ello hace que, a menudo, y por el hecho de ser el sistema que más universalmente atiende a la población, lleguen al sistema educativo demandas que no se corresponden con sus finalidades. Sin tener en cuenta que los centros educativos sólo disponen de instrumentos pedagógicos y que a menudo éstos instrumentos no son los adecuados para intervenir en determinados problemas socioculturales y/o familiares.
Aunque no dudamos de la fuerza de la pedagogía, estamos lejos de pensar que sólo con la acción educativa [escolar] mejoraremos la problemática que genera nuestro sistema económico y cultural. O que sólo con la escuela podremos transformar el mundo.”
(FMRPC, 1999, p. 14)
(8) Ver, por ejemplo, Gennari (1998) y Gorlitz et al (1998) como dos manifestaciones netamente contrastadas de esta misma tendencia.
(9) Primer Congrés Internacional de Ciutats Educadores. Documents Finals. Barcelona, 26-30 de novembre de 1999. Adjuntament de Barcelona. Abril 1991.
(10) La ciudad de Barcelona es un ejemplo claro en este sentido. La municipalidad de Barcelona es titular de una red de 70 centros educativos ( el 23% aproximadamente del total de centros educativos públicos de la ciudad) que cubren prácticamente todos los niveles y tipos de enseñanza – escuelas infantiles, colegios de educación infantil primaria, institutos de enseñanza secundaria, centros de enseñanza musicales y artísticas, centros de educación de las personas adultas, centros de educación especial –, con unos 1.200 profesores y unos 10.500 alumnos. Esta red de centros, junto con una serie de servicios educativos dirigidos al conjunto de la población escolar y las obligaciones derivadas del cumplimiento preceptivo de las competencias obligatorias en materia de educación – suelo edificable para la construcción de centros escolares y conservación, mantenimiento, limpieza y vigilancia de estos centros –, convierten de hecho a la municipalidad de Barcelona en una administración profundamente implicada en la educación y formación de sus ciudadanos y ciudadanas, tanto por la incidencia de los servicios que ofrece como por la cantidad de recursos que gestiona; una administración, además, que, al igual que sucede en otros grandes núcleos urbanos, recibe continuamente las demandas y solicitudes de los ciudadanos y ciudadanas para seguir incrementando sus servicios educativos y está sometida a fuertes y continuas presiones en este sentido.
(11) El artículo 27 de la Constitución de 1978; la Ley Orgánica Reguladora del derecho a la Educación – LODE, 1985 –; la Ley Reguladora de los Consejos Escolares – 1985 –; la Ley Reguladora de Bases de Régimen Local – 1985 –; la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo – LOGSE, 1990 –; la Ley Orgánica de la Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes – LOPEGCD, 1995 –; y los Decretos y Órdenes que desarrollan estas leyes.
(12) El análisis efectuado muestra que el proceso de descentralización experimentado por el sistema educativo español con la configuración del Estado de las Autonomías establecido en la Constitución de 1978 se ha limitado exclusivamente a la transferencia de competencias educativas desde la administración central a las administraciones autonómicas, sin que se hayan producido hasta ahora avances significativos en el siguiente escalón, el relativo a la transferencia de competencias educativas desde las administraciones educativas a las administraciones locales.
(13) En sentido debe interpretarse la iniciativa reciente de la ciudad de Barcelona y de otras ciudades que comparten la filosofía del movimiento de Ciudades Educadoras para impulsar sendos procesos de elaboración de lo que ha dado en llamarse “Proyectos Educativos de Ciudad”.